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sábado, 24 de septiembre de 2011

UN DIA EN COVADONGA (I)

- ¡Despierta!
- ¡Noooooooooooo! ¿Qué hora es?
- Temprano. Pero hay que levantarse. Vístete, anda.
- Vale. Estoy lista. Mmmm!!!!!! Que bien huele! ¿Qué es?.
- Ja ja ja! Ya lo verás.
 
Nos vamos a Covadonga, y de allí a los Lagos, o quizá al revés. Ya veremos.
De momento vamos a recoger a Angelo, un tinerfeño que ha querido pasar unos días en el Principado, y que seguro no le hace ascos a la idea.
Nuestro objetivo ahora es llegar hasta Cangas de Onís y dejar nuestro coche en El Lleráu; es el primero de los cuatro aparcamientos que se han habilitado expresamente para poder acoger la gran afluencia de turistas que con sus vehículos se acercan cada año a esta comarca. En todos ellos, El Lleráu, El Bosque, Muñigo y El Repelao, tiene este autobús parada obligatoria. Por cierto, podría haber intentado acercarme a cualquiera, incluso al que existe en el propio Santuario de Covadonga, pero los paneles informativos que nos acompañan durante el recorrido te disuaden enseguida de la idea, pues apenas quedan ya plazas libres. Así que ¡más vale pájaro en mano...!.


Aquí tomamos uno de los autobuses de la empresa que en verano explota este recorrido; y es que con el fin de proteger el Parque Nacional de Picos de Europa (Reserva de la Biosfera), se ha tenido que limitar el acceso para los vehículos privados, al menos en temporada alta. Y ha sido un gran acierto, la única forma posible, además, de garantizar a cualquier visitante que no se irá de vuelta a casa sin haber tenido el honor de ser testigo directo de la inigualable belleza del paisaje que le espera. Perdón, ¡Si la niebla lo permite!
Somos todos pasajeros con un mismo objetivo y todo lo que portamos así lo confirma, cámaras de foto y vídeo, mochilas repletas de comida, playeros, botas de montaña... y alguno más precavido se ha traído consigo incluso un palo que le ayude en el camino.
Aparcar me ha costado dos euros, el billete de autobús cuesta siete euros con cincuenta y puedes subir y bajar de él tantas veces como quieras durante el día.
Hemos decidido continuar hasta el final del trayecto, hasta los Lagos de Covadonga, que alcanzan una cota próxima a los 1.200 metros de altitud; por eso, resulta muy difícil predecir ni cuándo ni cómo puede hacer presencia la tan temida niebla. Así, siendo temprano, si se diera el caso, podríamos esperar a que escampara y no perdernos el paisaje. Me preocupan menos las inclemencias del tiempo una vez que estemos de vuelta en Covadonga.
No hace falta siquiera llegar al final del trayecto para imaginar lo que nos espera. Los paisajes que podemos disfrutar a través de los cristales, dan buena cuenta de ello.
A media subida nos topamos con el Mirador de la Reina y aunque el autobús no hace aquí parada, recuerdo, de otras ocasiones, que se divisan desde él diferentes pueblos, la sierra del Cuera e incluso el Mar Cantábrico, si el día está despejado.


Seguimos el ascenso y finalmente nos detenemos en el aparcamiento de La Buferrera, junto al Lago Enol, el primero en aparecer ante nuestros ojos.
Aquí nos apeamos. Hay niebla. Quizá a la vuelta haya más suerte.



Comenzamos nuestra visita siguiendo una senda que nos llevará en primer lugar al Centro de Recepción de Visitantes Pedro Pidal. En este centro se pueden visitar diferentes salas. La principal, una reproducción a tamaño real de los distintos ecosistemas que conviven en este Parque Natural (cuevas, alta montaña, robledales, bosque mixto, ríos y hayedos) y que resulta imprescindible; tanto como la réplica que, de una cabaña propia de los pastores de la zona, se encuentra en el exterior del centro.


Por cierto, gran parte del recorrido lo conforman escaleras, de esas de "paso y medio" que a mí me resultan extremadamente agotadoras. Sólo a mí, parece. Y mientras me concentro en ellas y en mi respiración, Angelo ejerce de "paparazzi" haciendo fotografías de todo lo que ve, que no es poco.


Una vez superado el Centro de Visitantes, accedemos a través de un túnel, al museo de Minas de Buferrera.



Una escultura representando a un minero, alguna que otra vagoneta, la entrada a una galería y un cartel explicativo de la mecánica de extracción utilizada son algunos de los elementos que centran nuestra atención. También resulta curioso lo peculiar del paisaje en este entorno.
Continuamos con intención de alcanzar, por fin, el Lago Ercina y allí, sí, aunque la niebla lo copa todo, poco a poco va levantándose. Al abrirse el cielo, al aparecer el sol, luce ante nuestros ojos esta mayúscula sorpresa.


Unos minutos de silencio.
Seguimos.
¡Cuánta hambre! Vamos a abrir las mochilas, tender una toalla sobre el suelo...,
- Huele bien.- Dice mi hija.
Sé que le encanta el lomo rebozado y es lo que he traído. También algo de fruta y agua, que aún se conserva fría.
Nos deleitamos con cada descubrimiento, detenidamente...que la niebla es imprevisible.
Cae de nuevo, así que nos disponemos a regresar. El mismo camino de vuelta para tomar otra vez el autobús que esta vez nos lleve a Covadonga. Y al llegar a La Buferrera, donde la niebla no hace ahora acto de presencia, podemos visualizar claramente el Lago Enol.


Ha habido suerte. No nos volvemos con las manos vacías.